Estoy totalmente en contra de la lucha por la integración de determinados colectivos. Muy en especial, por lo que me toca, en contra de la integración social de los pequeños, enanitos, o personas con problemas de crecimiento, como queráis llamarlos. Me ofende en lo más íntimo y me molesta y me humilla y me repatea y me niego y me revuelvo y me manifiesto.
Yo, Margarita Guinovart, me declaro totalmente en contra de ningún tipo de lucha o petición de apoyo o solicitud de ayuda o insinuación de necesidad de integración social para mi hija, Marina, que es enanita. Y si hace falta recurrir al humor, me hago una pancarta de dos por dos metros que diga: «¿Integración para mi hija? No, gracias. ¿Es que la véis "desintegrada"?»
Creo que luchar por la integración de nuestros hijos es admitir que no son miembros de pleno derecho de esta sociedad. Quizá sea la postura de algunos que piensan (qué caritativos) que nuestros hijos se merecen lo mismo que los hijos de los demás y por ello nos apoyan para conseguir su "integración social". ¿Caeremos en tan burda trampa?
¿Pero quién, y en qué momento, decretó que mi hija no era parte de esta sociedad? Y, sobre todo, ¿En virtud de qué criterio se tomó esa decisión? ¿En qué Boletín Oficial se notificó la brillante medida? ¿Por qué me he de sentir obligada a admitirla? Y, lo peor de todo, ¿Por qué me presionáis a acatarla y actuar en consecuencia vosotros, conocidos o desconocidos amigos, padres de niños como mi hija, acondroplásicos?
Os voy a contar una pequeña historia real:
Nací hembra. En esta sociedad eso significa muchas cosas (no todas buenas), pero esa es otra historia. Nací hembra y por ello con la presunción a mis espaldas de futura madre y esposa. Es decir: que, independientemente de los sueños que mis padres tuvieran para mí, de mi capacidad intelectual o manual para uno u otro oficio o profesión, y de las oportunidades y aptitudes que la vida me fuera dando para hacer realidad mi singladura vital; la sociedad ya contaba conmigo para perpetuar la especie (Suena muy rimbombante, pero no es más que lo que esperaban de todas las mujeres nacidas en aquel boom de la natalidad del 64, que salió rana como generación hacedora de patriotas).
La vida, las circunstancias, la biología y, cada vez más -afortunadamente- la decisión personal, fue haciendo bajas en aquel ejército, y sólo una parte cumplimos con aquella presunción. Pues bien, desde el momento en el que, como hembra perteneciente al grupo social, se reconoció mi posible capacidad para parir hijos, éstos eran ya (30 años antes de su nacimiento), parte de mi sociedad. Los logros, los edificios, los estudios, los negocios, la política... todo cuanto el hombre hace en al sociedad con la idea de que sobreviva para generaciones venideras... era también, y es, para mi hija.
Cuando anuncié mi boda, y lo festejé como es costumbre por estos lares, y lo participé a amigos y conocidos,... (según lo "socialmente establecido") todos me felicitaron por formar una familia. Familia "socialmente integrada" en la que me nacerían las crías de esta sociedad, como parte de ella.
Me felicitaron por el embarazo y alumbramiento y le hicieron numerosos regalos a aquel nuevo ser: hija, nieta, sobrina, amiga... familia, en definitiva, de personas perfectamente integradas en esta puñetera sociedad y, sin lugar a dudas, nuevo miembro de pleno derecho de la misma.
Por más que pienso y le doy vueltas no se me ocurre cuándo, cómo o porqué mi hija ha podido o podría perder la condición de miembro de la sociedad. Se me alcanza, eso sí, que se puede perder tal condición mediante una condena judicial, como consecuencia de haber cometido un terrible delito. Pero uno muy gordo, con pena de destierro y eso: porque las condenas de cárcel no presuponen la pérdida de tal condición, antes bien, están encaminadas a la "reinserción social". Es decir, a volver a meter en la sociedad a quien, temporalmente, ha estado apartado, pero no expulsado, pues sigue siendo parte del grupo que, de hecho, se hace cargo de esa persona durante el cumplimiento de la condena (¿o las cárceles son autosuficiente?)
Así las cosas, me niego a admitir que mi hija (y, con ella, vuestros hijos) no sea miembro de pleno derecho de esta sociedad. No veo motivo alguno para tener que luchar, ni presionar, ni pedir su integración social. La prepararé lo mejor que pueda y estaré a su lado cuando se vaya teniendo que integrar en los distintos colectivos o grupos que sea menester (ya nos estrenamos con la guardería, luego llegará el "cole"...) Me basta con la lucha diaria contra la segregación, con la exigencia cotidiana de que se la mire como a un igual, de que se le otorguen las mismas oportunidades (no "para que" sino "porque" es miembro de la sociedad).
Ya sabéis, estoy en contra de la integración de Marina, me basta con que no me la "desintegren".
Margarita Guinovart