Ser diferente es difícil, pero ser diferente de una forma clara, evidente e imposible de esconder puede ser estresante y agotador. Las personas de talla pequeña deben afrontar un prejuicio que se extiende por todas las sociedades, especialmente las occidentales, un prejuicio al que los americanos han bautizado con el nombre de altismo (heightism). Hay que levantar la cabeza y mirar hacia arriba para casi todo; hay que soportar miradas de compasión o de burla, miradas desde arriba, miradas por encima del hombro, porque la cabeza del pequeño siempre está por debajo de cualquier hombro.
Existen todo tipo de discriminaciones, pero pocas veces se habla de la discriminación de la altura. Parece que se puede decir cualquier cosa negativa sobre la altura (sobre la poca altura) de los individuos sin que nadie se dé cuenta de que también es una forma de discriminación. La persona que desprecia a alguien por cuestión de raza es un racista; quién desprecia a la mujer por ser mujer es machista, pero por reírse abiertamente de alguien muy pequeño porque es pequeño no parece que nadie vaya a ser llamado "altista" (como, es verdad, tampoco hay gordistas, o feistas). Las personas de talla pequeña nunca se han formado como grupo, ni ellos se ven a si mismos como grupo ni la sociedad los ve de este modo, y por esto carecen de poder y de voz política o legal. (Es verdad que no todas las personas de talla pequeña tienen la misma talla, y alguien de metro cincuenta puede sentirse muy ofendido si es llamado "enano", porque es sabido que los enanos no pasan nunca del metro cuarenta. A todo el mundo le gusta mirar por encima de alguien, y para muchas personas es la única manera de sentirse superiores.
La discriminación es fruto de la diferencia, y lo que es diferente siempre es minoria. Hoy en día las minorías que pueblan nuestra sociedad lo tienen más fácil que unos años atrás; muchas se han organizado y han exigido sus derechos, y sin embargo las personas de talla muy pequeña continúan siendo ridiculizadas, quizás no abiertamente, pero siempre de manera indirecta, y ni los medios de comunicación ni la publicidad han ayudado precisamente a romper con los estereotipos negativos.
Puedes ser una persona valiente y culta. Puedes ser fuerte, refinada e inteligente. Puedes ser una persona competente, generosa y divertida. Pero algunas veces lo más importante del mundo parece ser el hecho de que tu cabeza esté un par de palmos más cerca del suelo que la de la gente de estatura normal.
La altura es un ingrediente vital del concepto que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La altura afecta a nuestra manera de interpretar el mundo (cualquier persona, por grande que sea, se siente pequeña en un gran espacio), y esto es algo que podemos ver muy claramente si intentamos recordar algunos espacios de cuando éramos niños.
La mayoría de personas se sienten intimidadas por la altura: se trata de una ventaja física primitiva de la gente alta. Qué padres pueden negar que en algún momento se han sentido orgullosos porqué su hijo es más alto que los demás, porqué la ropa se le queda corta al cabo de dos meses? Y es que la altura también suele identificarse con la buena salud, y quizás para algunos padres el crecimiento físico del hijo es la única manera visible de constatar que están cumpliendo su función como padres.
Uno de los estigmas de ser bajo es la tendencia a igualar el crecimiento con la madurez, no sólo física sino también mental.
Todos los seres vivos empiezan siendo pequeños, por esta razón, una persona pequeña o baja es siempre asociada a alguien desvalido o débil.
Los niños aprenden muy pronto que su estatura se relaciona muy estrechamente con su potencial; no necesitan que ningún psicólogo les diga los prejuicios que existen ante la baja estatura, y no respetan a las personas que son más pequeñas que ellos. Y los adultos actúan de la misma manera.
Una persona más alta inspira más respeto, pero no sólo esto, sino que cuando tenemos en mucha consideración y valoramos mucho a una persona la percibimos más alta de lo que es. (Se hizo una prueba que consistió en presentar a una misma persona a grupos de estudiantes diferentes; ante el primer grupo fue presentada como estudiante; delante del segundo grupo fue presentada como profesor, y al tercer grupo se les dijo que era un catedrático; se pidió a todos los grupos que diesen una talla estimada de aquella persona, y los que pensaban que era catedrático fueron los que le adjudicaron una talla más alta).
Esta tendencia a preferir a la gente alta es evidente en cualquier ámbito de la sociedad, y se ve muy claramente en el mercado de trabajo y en las relaciones de pareja (en estos casos, los hombres lo tienen todavía peor que las mujeres).
Sea cual sea la causa de la baja estatura, todos los niños con problemas de crecimiento deben afrontar una serie de realidades en un momento u otro y en diferentes grados:
Una mayor altura nos hace superiores, y el hecho de ser bajos nos pone en una situación de desventaja física.
Evidentemente, la persona muy baja no es inherentemente inferior, pero es fácil que se sienta inferior, y por otra parte, la sociedad se asegura de hacer que la persona muy baja se sienta inferior a través de gestos sutiles y no tan sutiles (sólo hace falta que repasemos la película infantil Shrek, que ha tenido un gran éxito, y sobre la cual a nadie se le ha ocurrido señalar que el malo es muy malo porque además es muy bajo, y tiene una especie de complejo de inferioridad que todavía lo hace más malo. El personaje es realmente malo, pero no se le ridiculiza por malo sino por bajito).
Se trata de la llamada discriminación inconsciente: un sentimiento, una creencia, una noción de que la gente muy baja es inferior. No lo expresamos verbalmente y no lo decimos a nadie, ni tan siquiera a nosotros mismos, pero es un sentimiento que existe, y que incluso las personas más concienciadas pueden encontrar dentro de ellas.
La autoestima de las personas con problemas de crecimiento o sencillamente bajas se ve continuamente zarandeada de manera directa e indirecta; las personas pequeñas tienen más dificultades para triunfar a causa de los prejuicios y la discriminación con los que se enfrentan en una sociedad de la altura.
Estas dificultades no son solamente psicológicas sino también físicas: la zona personal de espacio (la distancia que se suele mantener entre una persona y otra en nuestra cultura) siempre es violada por la persona más alta. La zona de espacio personal varia de una cultura a otra, pero cuando es franqueada por alguien de la misma cultura suele tratarse de un acto de hostilidad, y las personas de talla pequeña se ven a menudo enfrentadas a estas situaciones de hostilidad. La persona más pequeña o más baja es la que recibe los empujones. Es ella la que debe moverse para que pase la persona más alta. A la persona más baja se le suele mostrar menos respeto. Se trata sencillamente de pura ventaja física, y teniéndolo en cuenta no resulta tan extraño que una persona más baja esté más a la defensiva.
Se habla del síndrome del hombre bajo; se utiliza para describir a un hombre de baja estatura que se muestra frecuentemente enfadado y hostil y proyecta esta hostilidad en los otros. Es el también llamado complejo de Napoleón. No se habla nunca de la hostilidad del hombre alto y grande, porque si eres alto y grande tienes la fuerza, y si tienes la fuerza tienes también el derecho a ser hostil, incluso agresivo, sin que por esto caigas en el ridículo. (Imaginemos dos situaciones: la de un hombre de metro ochenta y cinco enfadado y gritando a un hombre de metro cincuenta y cinco, y la de un hombre de metro cincuenta enfadado y gritando a un hombre de metro ochenta y cinco. Los dos están de pie. Una situación nos puede parecer temible, pero la otra sólo conseguirá hacernos morir de risa).
Mientras las personas de talla pequeña continúen aisladas y solas aceptando su situación como un "problema inevitable" (no tiene por qué ser un problema ni tiene por qué ser inevitable) la discriminación social no perderá fuerza. Los medios de comunicación continuarán estereotipando negativamente a las personas bajas, y la sociedad en general continuará con el mismo comportamiento de desprecio más o menos consciente.
Conviene recordar estos puntos:
(Joe Mangano, The last bastión of discrimination)
Raquel Ribó